Del ego al alma: el viaje interior que transforma tu manera de vivir
Un relato sobre cómo pasar del éxito externo a la paz interior, del movimiento horizontal del ego al camino vertical del alma.
Antes de comenzar…
Esta no es una publicación más en tu bandeja de entrada. Es un momento para ti. Una pausa sagrada en medio del ruido. Un espacio donde recordamos que el trabajo más importante no es el que hacemos allá afuera, sino el que hacemos adentro, con nosotros mismos.
Aquí no hay fórmulas. Solo verdad, presencia y práctica.
Escribo esta bitácora mientras el tren avanza entre montañas. A mi derecha, los viñedos se tiñen de un verde que ya empieza a volverse otoño. Estoy viajando desde Trento, la ciudad donde nací en el norte de Italia, hacia Bologna. Allá me embarcaré en un avión. Cuando leas estas líneas, ya estaré en Riyadh, Arabia Saudita.
El sonido rítmico de las ruedas sobre los rieles me recuerda algo: la dimensión horizontal de la vida. Es la percepción de la existencia como una línea que se despliega en etapas, en logros, en metas que se alcanzan. La vida entendida como progreso, como avance. Un trayecto que tiene un principio, un fin, y entre ambos, una carrera constante hacia adelante.
La línea horizontal: el camino del ego
Ese es el sendero del ego. Un camino que busca avanzar, conquistar y acumular para validar su propia existencia. Cuando lo consigue, experimenta reconocimiento, aplausos y recompensas. En cambio, cuando no lo logra, siente dolor, frustración y humillación. Así transcurre la danza interminable entre la euforia y la derrota, las victorias y las pérdidas.
Durante muchos años, caminé por esa línea horizontal, un sendero que parecía interminable, pero cada paso que daba me dejaba con una sensación ambigua y confusa.
Fue la primera parte de mi vida: un complicado juego en el que cumplía con las normas, las expectativas y los mandatos familiares y sociales que se sentían inquebrantables, como cadenas invisibles que me ataban.
Estudié con dedicación, trabajé arduamente, obtuve títulos, promociones y reconocimientos, logrando todo lo que se esperaba de mí como si fuera un actor en un guion predefinido. Sin embargo, a pesar de mi pasión ardiente y mi compromiso inquebrantable, en lo más profundo de mi ser había una voz persistente que susurraba con inquietud: “¿Esto es todo?”
Esa pregunta me atormentaba, dejándome atrapado en un limbo entre la satisfacción momentánea y la insatisfacción profunda, entre el deber que pesaba sobre mis hombros y el deseo de algo más significativo y auténtico.
Cuando el éxito no basta: la crisis que abre el alma
Buscaba validación en cada aplauso, pero lo que realmente anhelaba era una conexión genuina, un sentido de pertenencia que no sabía que me faltaba. Hoy, al mirar hacia atrás, siento ternura por ese yo que pensaba que la felicidad se encontraba en el reconocimiento de los demás, como si su sonrisa dependiera del aplauso ajeno. No lo juzgo; sin él, sin esa etapa de búsqueda y confusión, no habría aprendido a escuchar la verdad que reside en mi interior.
Fue solo cuando todo ese edificio de certezas empezó a tambalear —cuando la vida me empujó a un umbral que algunos llaman crisis existencial— que comprendí que algo dentro de mí pedía nacer de nuevo.
Recuerdo una canción reciente de mi amigo Omar Rudberg, Dying. Canta: “Me muero por ti, justo como querías que lo hiciera.” Esa frase resume lo que ocurre cuando, por encajar, dejamos morir nuestra esencia. Nos separamos de lo que somos para mantener vivas las expectativas de otros.
El despertar: descubrir el camino vertical
Pero llega un momento en que esa agonía de morir se vuelve insoportable, un peso aplastante que no se puede ignorar. Y entonces, en medio de ese sufrimiento, algo se abre como una flor al amanecer. Descubrimos que existe otra dirección posible: un camino vertical que se eleva hacia nuevas alturas.
No es un viaje de estación en estación, ni de logro en logro, donde los hitos se cuentan como medallas en una pared. Es —como dice Un Curso de Milagros— un viaje sin distancia hacia una meta que jamás cambió, un regreso a ese hogar interior que siempre estuvo presente en nosotros.
Este camino no rechaza al ego: lo ilumina con comprensión. Comprendemos que su necesidad de avanzar, conquistar y controlar fue solo un intento por protegernos del miedo. Lo honramos como parte esencial del aprendizaje, y al hacerlo, dejamos de vivir divididos.
El viaje interior: sanar, soltar y recordar quién eres
El viaje vertical es el camino del alma, un recorrido profundo que nos invita a mirar hacia adentro.
No se trata de ir hacia adelante, como si el tiempo estuviera en nuestra contra, sino de ir hacia adentro, en un proceso de autodescubrimiento.
No de acumular experiencias y posesiones, sino de soltar lo que ya no nos sirve. Es un proceso de recordar quiénes somos realmente. De sanar las heridas del pasado. De despertar a la verdad que siempre ha estado esperando ser reconocida.
Comenzar a vivir de esta manera no implica renunciar al mundo, sino actuar desde otro lugar: uno impregnado de presencia, claridad y compasión. Empiezas a aceptar la vida tal como se presenta, sin que las circunstancias exteriores amenacen tu paz interior.
Observas a los demás con ternura, pues reconoces en su dolor un eco de lo que también has experimentado en tu propio ser. Así, el acto de servir se convierte en algo natural. No surge del deber ni del sacrificio, sino porque la chispa del amor que arde en tu interior ya no puede ser contenida.
El regreso al hogar interior
Hoy emprendo otro viaje, pero no es solo un trayecto de Trento a Riyadh. Es un viaje que me lleva desde la superficie hacia las profundidades del ser. De lo visible a lo verdaderamente esencial. Es lo que estoy tratando de vivir.
De una vida medida en kilómetros y aplausos, a una existencia que se evalúa en términos de conciencia, quietud y amor profundo. Comprendo ahora que el verdadero viaje no requiere maletas ni boletos.
Es un periplo que no conoce distancias, porque el destino no se encuentra afuera, sino en lo más profundo de nuestro interior.
Cada estación, cada encuentro y cada pérdida no son meras escalas de un tren que avanza sin rumbo, sino invitaciones a descender un poco más en el misterio que soy.
Y tal vez, en última instancia, de eso se trata la vida: de recordar que no hemos venido a llegar a ninguna parte, sino a despertar a nuestra verdadera esencia.
Pregunta para ti
¿Y tú? ¿Dónde te encuentras hoy en tu propio viaje
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Aldo Civico es autor, mentor y maestro en el arte de acompañar procesos profundos de transformación. Ha asesorado a líderes, artistas y agentes de cambio en todo el mundo. Es doctor en antropología, profesor en universidades como Columbia y experto en neurociencia del bienestar, epigenética, sanación emocional y liderazgo consciente.
Pero ante todo, Aldo es un viajero del alma.Alguien que ha caminado por dentro y por fuera.Que ha estado en trincheras y en templos, en crisis y en cumbres.Y que escribe La Bitácora Interior no para enseñar, sino para compartir lo que ha vivido, lo que sigue aprendiendo, y lo que —en el fondo— todos necesitamos recordar.
Su lema: Tu destino es brillar.
Su práctica: acompañarte a volver a ti.