Antes de comenzar…
Esta no es una publicación más en tu bandeja de entrada. Es un momento para ti. Una pausa sagrada en medio del ruido. Un espacio donde recordamos que el trabajo más importante no es el que hacemos allá afuera, sino el que hacemos adentro, con nosotros mismos.
Aquí no hay fórmulas. Solo verdad, presencia y práctica.
Existen preguntas que no irrumpen como un trueno, sino que aparecen como una fisura.
En ocasiones, las crisis existenciales no se presentan como un drama evidente. A veces, lo que se fractura no es la vida externa, sino la armonía interna. Lo que no se alinea es lo que experimentamos, aunque desde el exterior todo parezca en orden. Es en estos momentos cuando comenzamos un viaje de autodescubrimiento y transformación personal.
La pregunta que abrió la grieta
Tenía 37 años y, a simple vista, había alcanzado un nivel de éxito en mi vida. Me habían nombrado director del Centro de Resolución de Conflictos Internacionales de la Universidad de Columbia, había completado mi doctorado en antropología y viajaba con frecuencia entre Nueva York y Colombia, facilitando procesos de paz.
Mis conversaciones eran profundas, contaba con una comunidad de amigos leales y disfrutaba de cierto reconocimiento profesional. Sin embargo, había algo en mi interior que me carcomía.
Sentía una inquietud persistente, una insatisfacción que me seguía como una sombra, un zumbido que intentaba ignorar, hasta que una noche, ese zumbido se transformó en un verdadero terremoto. Era el inicio de una profunda toma de conciencia sobre mi existencia humana.
La pregunta que abrió la grieta apareció de repente, mientras intentaba dormir en casa de unos amigos en Bogotá. Mirando al techo en la oscuridad, la pregunta surgió, silenciosa y devastadora:
¿Y si esta vida que vivo no es verdaderamente mía?
Fue como si un fuego se encendiera en lo más profundo de mi ser.
Me di cuenta de que la vida que llevaba era más un legado que una elección personal. Era la culminación de un guión escrito por otros: normas familiares, mandatos religiosos, expectativas culturales. Más allá de algunas rebeldías adolescentes, había aceptado todo sin cuestionarlo, y, lo que es peor, había hecho un esfuerzo consciente por cumplir con esas expectativas. Me había esforzado por encajar, por agradar a los demás.
Sin darme cuenta, había creado una versión de mí mismo que se adaptaba a todos los moldes que encontraba. Deseaba ser aceptado, querido, reconocido en cada rincón de mi vida. En esa búsqueda de aprobación, me fui colocando máscaras, muchas de ellas. Algunas eran sutiles, otras casi teatrales. Quería, como se dice en Italia, hacer una bella figura; deseaba ser impecable, admirado. Pero con el tiempo, esas máscaras sociales se convirtieron en mi piel, y olvidé quién era cuando no estaba actuando en este gran teatro social.
Cada vez que la vida amenazaba con arrancarme una de esas máscaras, la ansiedad me invadía. A veces, esa ansiedad se manifestaba como brotes de ira, estallidos incomprensibles que, aunque raros, eran tan destructivos como un tsunami. Ahora entiendo que no era rabia hacia el mundo exterior; era el dolor de vivir dividido, de no ser auténtico conmigo mismo, de experimentar una profunda pérdida de identidad.
Esa noche en Bogotá, finalmente comprendí que me había distanciado de mi verdadera esencia. Había ocultado partes fundamentales de mí, incluso de mi propia conciencia. Y en ese momento, tomé una decisión: quería descubrir quién era sin esas capas pesadas que me ahogaban. Decidí explorar qué vida realmente estaba destinado a vivir, porque, hasta entonces, solo sabía que la existencia que llevaba no era auténticamente mía.
Así comenzó, sin fanfarrias ni testigos, la segunda parte de mi vida.
Mi mentor, Stephen Gilligan, dice que en la primera parte de la vida nos ocupamos de interpretar correctamente el guion que nos han entregado. Pero en la segunda parte… nos convertimos en los autores conscientes de nuestra propia historia.
Este fue el inicio de mi camino hacia el autoconocimiento, un proceso radical y lleno de incertidumbre. A menudo incómodo, pero absolutamente necesario para mi crecimiento personal.
¿Quién sería si dejara de actuar?
Las preguntas empezaron a surgir como un manantial:
¿Quién sería si dejara de seguir el clamor del grupo?
¿Quién sería si me despojara de las máscaras, de la necesidad de encajar, de la actuación?
¿Y si me concedo el permiso de cuestionar el pensamiento único que me ha guiado hasta ahora?
¿Y si me doy la oportunidad de olvidar todo... y empezar de nuevo?
Estas no son cuestiones que se respondan con rapidez. Son semillas que se siembran en el alma, y requieren silencio, valentía y tiempo para germinar. Son el punto de partida para una verdadera transformación personal.
Reflexiones desde Nietzsche, Krishnamurti y Jung
Friedrich Nietzsche comprendió ese momento de quiebre. En La genealogía de la moral, habló de cómo muchos valores que consideramos "morales" nacieron no del amor, sino del resentimiento.
La moral del rebaño —decía— es esa ética que nos domestica. Que premia la obediencia, la docilidad, el conformismo. Y castiga la fuerza vital, el pensamiento libre, el instinto.
En La gaya ciencia, escribió:
"La locura es rara en los individuos. Pero en grupos, partidos, naciones y épocas, es la norma."
Krishnamurti, por su parte, afirmaba:
"Ser libre es estar libre del pasado… no solo del pasado personal, sino del pasado colectivo."
Y Jung nos recordaba que:
"Cuanto más grande la multitud, más insignificante se vuelve el individuo."
Estas reflexiones nos invitan a cuestionar nuestro andamiaje psicológico y a buscar nuestra verdadera individualidad.
Un ejercicio para ti: el diario del verdadero yo
Hoy te invito a detenerte un momento.
Toma un cuaderno. Y con honestidad radical, escribe:
¿Qué parte de mi vida he heredado sin elegirla?
¿A quién he intentado complacer?
¿Qué máscaras uso a diario sin notarlo?
Luego, si quieres, cierra los ojos. Di en voz alta una etiqueta que usas: "Soy exitoso", "Soy fuerte", "Soy espiritual", "Soy buena persona". Y siente. ¿Dónde se contrae tu cuerpo? ¿Dónde se relaja?
El cuerpo, a veces, responde antes que la mente. Esta escucha corporal puede revelarte mucho sobre tu verdadera esencia y las máscaras que llevas.
La infancia del alma
Nietzsche lo dijo en Así habló Zaratustra:
"Aún no eres libre. Aún buscas la libertad. Debes convertirte en ese niño que olvida… y comienza de nuevo."
Yo comencé de nuevo. Y tú también puedes. Este es el camino hacia el desarrollo personal, el crecimiento espiritual y la fortaleza interna.
Anuncio especial: Conferencias sobre soberanía individual
En agosto comenzaré una serie de conferencias privadas tituladas "Soberanía Individual: Vivir sin máscaras, pensar sin permiso" Inspiradas por la filosofía de Nietzsche. [Aquí encuentras más información].
No son clases. Son fogatas filosóficas. Momentos de contemplación, provocación y despertar. Estarán disponibles exclusivamente para los suscriptores pago de La Bitácora Interior.
Si estás atravesando una crisis existencial, o quieres expandir tu soberanía personal, esta puede ser tu señal para iniciar un viaje de autodescubrimiento y encontrar tu verdadera razón de ser. [Más información aquí]
Con gratitud, Aldo
Si disfrutaste esta lectura, el mejor halago que podrías darme es compartirla con alguien o hacer un restack.
Aldo Civico es autor, mentor y maestro en el arte de acompañar procesos profundos de transformación. Ha asesorado a líderes, artistas y agentes de cambio en todo el mundo. Es doctor en antropología, profesor en universidades como Columbia y experto en neurociencia del bienestar, epigenética, sanación emocional y liderazgo consciente.
Pero ante todo, Aldo es un viajero del alma.Alguien que ha caminado por dentro y por fuera.Que ha estado en trincheras y en templos, en crisis y en cumbres.Y que escribe La Bitácora Interior no para enseñar, sino para compartir lo que ha vivido, lo que sigue aprendiendo, y lo que —en el fondo— todos necesitamos recordar.
Su lema: Tu destino es brillar.
Su práctica: acompañarte a volver a ti.
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